Algunas reflexiones sobre el artículo 91 de la L.O.E (y de la L.O.M.C.E.)


 ¡Hola a todos!

Tras haber leído el artículo 91 de la Ley Orgánica de Educación de 2006, me gustaría compartir con vosotros unas reflexiones sobre ciertas partes del mismo. Vamos allá:

Antes de entrar en materia, es conveniente saber qué dice la ley, por lo que os dejo a continuación el artículo completo: 

Artículo 91. Funciones del profesorado.

1. Las funciones del profesorado son, entre otras, las siguientes:

a) La programación y la enseñanza de las áreas, materias y módulos que tengan encomendados.

b) La evaluación del proceso de aprendizaje del alumnado, así como la evaluación de los procesos de enseñanza.

c) La tutoría de los alumnos, la dirección y la orientación de su aprendizaje y el apoyo en su proceso educativo, en colaboración con las familias.

d) La orientación educativa, académica y profesional de los alumnos, en colaboración, en su caso, con los servicios o departamentos especializados.

e) La atención al desarrollo intelectual, afectivo, psicomotriz, social y moral del alumnado.

f) La promoción, organización y participación en las actividades complementarias, dentro o fuera del recinto educativo, programadas por los centros.

g) La contribución a que las actividades del centro se desarrollen en un clima de respeto, de tolerancia, de participación y de libertad para fomentar en los alumnos los valores de la ciudadanía democrática.

h) La información periódica a las familias sobre el proceso de aprendizaje de sus hijos e hijas, así como la orientación para su cooperación en el mismo.

i) La coordinación de las actividades docentes, de gestión y de dirección que les sean encomendadas.

j) La participación en la actividad general del centro.

k) La participación en los planes de evaluación que determinen las Administraciones educativas o los propios centros.

l) La investigación, la experimentación y la mejora continua de los procesos de enseñanza correspondiente.

2. Los profesores realizarán las funciones expresadas en el apartado anterior bajo el principio de colaboración y trabajo en equipo.

Este artículo, perteneciente al Capítulo I del Título III, como podemos observar, se centra en las funciones que debe desempeñar el profesorado de cualquier centro educativo en España, pero, como os adelantaba al comienzo de la entrada, no quiero hablar del artículo en su totalidad, sino de una serie de elementos que me parecen fundamentales y que no he visto en muchos de los maestros que he tenido a lo largo de mi vida académica.

Me refiero a los apartados c), d), e), g) con mención especial de l). Agrupo las cuatro primeras porque creo que están especialmente entrelazadas. Los profesores no son máquins que llevan una lección aprendida, la cual sueltan en las aulas para recibir su nómina a final de mes. O, al menos, no deberían serlo. El conocimiento de la materia que imparte se da por supuesto, pero lo que estos apartados defienden es que, como persona adulta y responsable que está al cargo de una serie de alumnos, el profesor debe ser también tutor. Esta no es, ni mucho menos, una tarea sencilla, pues requiere un esfuerzo extra por parte del docente para conocer en profunidad a los alumnos, sus gustos y aspiraciones, pero también las inquietudes. Algo así como una figura ajena a su entorno habitual que no lo va a juzgar, sino todo lo contrario, ayudar. Este conocimiento de los alumnos permite variar no sólo el método de enseñanza dentro del aula, sino también conocer los puntos fuertes de cada uno para orientarlos a una vida laboral fructífera.

Esto puede llevarse a cabo en las tutorías, donde más que horas libres (como se hacía en mis tiempos) en las que los alumnos pueden plantear actividades, deben estar conducidas en primer lugar por las iniciativas del profesor. Estas iniciativas pueden ir desde el planteamiento de un tema para debatirlo, lo que permite la adquisición de esta información que permite orientar después al alumnado, hasta actividades al aire libre, si el entorno lo permite, para conocer el medio en el que desempeñamos nuestras tareas, ya sean de docencia o de aprendizaje (aunque la buena docencia nunca deja de ser un aprendizaje). Quizás esta última es un poco idealista porque estudié en un centro educativo situado en medio del pinar, pero ¿cuántos de vosotros seríais capaces de identificar y diferenciar las aves, los insectos o la vegetación de vuestro entorno? Yo, desde luego, no del todo.

Este tipo de actividades permite que el clima entre los alumnos y el profesor y entre los propios alumnos sea mucho más distendido, hace que la docencia no consista exclusivamente pasar una serie de horas sentado en un pupitre hasta que suena la campana, ni en la adquisicón de forma exlusiva de unos conocimientos mediante los libros de texto, sino a través del método empírico, lo que impulsa el espíritu crítico y la reflexión.

No quiero despedirme sin hacer una mención especial al último, pero quizás de los más importantes apartados del artículo, el l). Ya hablé en una entrada anterior de la importancia de constante actualización a la que los docentes deberían someterse para desempeñar su labor de forma óptima. Es cierto que esto supone un gran esfuerzo y yo tampoco estoy libre de pecado en este aspecto, pero conocer qué es lo último que se lleva a cabo en nuestros respectivos campos nos da una visión más amplia del conjunto. Por supuesto, esto no quiere decir que haya que adoptar de forma inmediata y sin crítica todos los nuevos modelos, pero sí podemos sacar de unos y de otros ciertos elementos que aplicar en nuestro propio sistema.

Me dejo en el tintero, espero que para retomarlo en otra ocasión, el tema de la relación entre los profesores y las familias, el apartado h), aunque ya he dado alguna que otra pincelada en entradas anteriores.

¡Hasta la próxima!

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