Cómo terminé estudiando Filología Clásica

¡Hola a todos!

En la anterior entrada os decía que iba a contaros la historia de cómo acabé estudiando Filología Clásica. Pues bien, como lo prometido es deuda, aquí la tenéis:

Corría el año 2012 y yo estaba en el segundo año de la Educación Secundaria Obligatoria en el instituto tudelano Río Duero. Aquel año tuve una profesora de francés que era a su vez la directora del departamento de idiomas del centro, con lo que, entre viajes y demás obligaciones, nos daba clase cada dos semanas, ocupándonos la semana intermedia de unas actividads que dejaba programadas. A cierta edad, esta responsabilidad no supondría ningún problema, pero con poco más de doce años lo que se nos pasaba por la cabeza era que teníamos horas libres, actitud que desembocó en un aluvión de suspensos en esa asignatura. Al año siguiente, repitendo tanto yo como una gran cantidad de compañeros ese curso, tuvimos otra profesora de francés, que no sólo no supo poner fin a las lagunas que la actitud del curso anterior había dejado en nosotros, sino que nos hizo aborrecer esa asignatura.

Y aquí es donde entra la profesora de la que os quería hablar, la de la asignatura de Cultura Clásica, ese cajón de sastre que tienen ahora las humanidades en la E.S.O para demostrar que siguen teniendo tanta importancia en nuestra sociedad, como en el momento en el que no se cuestionaba su valor. He de decir que yo entré en esta asignatura huyendo despavoridamente de la de francés de tercero, pero es una de las decisiones de las que no me arrepentiré en la vida. Yo nunca he sido un alumno brillante en ningún aspecto; me despisto con facilidad y tiene que interesarme algo de verdad para que no pierda la concentración. Pero esta profesora logró que las horas que impartía no sólo no me diera ni cuenta de que pasaban, sino que me dejaba con ganas de más. Tras conocer este naravilloso mundo que jamás creí posible dentro de un aula, me empecé a cuestionar por qué sólo esa asignatura (si obviamos las de inglés, idioma al que fui acostumbrado desde muy pequeño y cuyas asignaturas no me han causado apenas problemas a lo largo de mi historia académica) me había cautivado de tal forma y comencé a relfexionar sobre qué significa ser profesor. Empecé, también, a fijarme en cómo se comportaban los profesores en ciertas situaciones, cómo resolvían los problemas que surjían en el aula, hasta que me di cuenta de que yo podía hacer las cosas mejor que cómo las hacían los que consideraba malos porfesores, a la par que aspiraba a hacerlo tan bien como los que consideraba buenos.

Pero eso responde a cómo acabé en el Máster de Profesore de Secundaria, ¿no? Permitidme deciros que si no hubiera sido por esa profesora que conocí en tercero de la E.S.O, probablemente hubiera dejado los estudios antes del Bachillerato. Fue gracias a la inlfuencia de esta profesora que aprobé, entre otras asignaturas que tenía pendientes de segundo, la de francés, así como las que más me costaban de tercero y, posteriormente, de cuarto, curso en el que ella impartía la asignatura de Latín. Tras esto, decidí entrar al Bachillerato denominado de "letras puras" porque esta misma profesora impartía las asignaturas de Latín I y II y Griego I y II. Cuando entré al Bachillerato ya sabía que quería dedicarme a la docencia, pero fue durante el segundo año que decidí que quería ser como ella, meta a la que aspiro a día de hoy y por la que estudié Filología Clásica.

Espero que esta historia haya satisfecho vuestra curiosidad y gracias, María Jesús, por haber hecho de mí lo que soy hoy.

¡Hasta la próxima!